La reinvención de lo cierto (Capítulo 14).
Hoy por fin, después de mucho tiempo de sufrimiento (unas veces inevitable, y otras con un toque ligeramente masoquista), me siento rodeado y bendecido por una absoluta calma. Acurrucado en esa liberadora paz interior, que siempre me cura con la medicina mágica de la tranquilidad.
Desde la placentera comodidad de mi enorme
cama (testigo mudo de mis dulces encuentros amorosos, y al mismo tiempo, de
agrías pesadillas que por desgracia para mí, se repiten demasiadas veces sin
que yo no pueda hacer nada para evitarlo), veo relajado como las cortinas
blancas y transparentes, se mueven suavemente agitadas por la tibieza del
viento nocturno, que se cuela sigiloso por las rendijas de la ventana para
refrescar el protector y confortable espacio interior en el que me encuentro
descansando.
Es el reposo
del guerrero, que agotado de tanta batalla inútil, y de tanta pelea
estúpida, ha decidido por fin, colgar las armas.
Y mientras que los ojos, poco a poco se me
van cerrando, al otro lado de la ventana, tan solo existe la noche, con su
resplandor misterioso en el que respira una especie de oscuridad suavizada, que
no es obstáculo para que desde mi puesto de mutilado
observador (los párpados están a punto de echar el cierre, al igual que si
fueran las persianas metálicas bajadas de un comercio), acomodado, más bien
empotrado, en mi relajante colchón (que mis buenos ahorros me costó), distinga
(mejor sería decir intuya) las borrosas siluetas de los montes cercanos, que
parecen inofensivos fantasmas, porque hoy me siento tan bien, tan positivo y
optimista, como para no tener miedo a la oscura negatividad, que otras veces,
en momentos de intenso agobio y en medio de una peligrosa tempestad emocional
me acercó en exceso a navegar en un agitado y perverso mar de cegadoras y
asfixiantes tinieblas.
Estoy convencido, que hay que vivir y disfrutar del momento, y hoy me siento fenomenal, así que la principal obligación que tengo para conmigo, es aprovechar este instante y al mismo tiempo estirarlo lo más posible como si fuera el chicle del bienestar, para seguir masticándolo hasta que se me deshaga en la boca, y mientras tanto aprovecho para dejar que el sueño me invada, me lleve, me haga flotar, y dormir, y sanar…
"El solitario inquilino del búnker".