La reinvención de lo cierto (Capítulo 16).
A veces hay quienes se convierten en asesinos de libros.
El asesino que actuaba en las librerías, siempre fue un exigente lector y un crítico inflexible y cansado de los escritores pedantes que tan solo escribían libros confusos y aburridos, no tuvo más remedio que convertirse en un sicario de la palabra y se pasó al lado oscuro, para ser un criminal literario, y poder llevar a cabo su venganza de tinta y fuego, dispuesto a eliminar del mundo editorial, todos los títulos a los que les había cogido manía, aunque en algunos casos, se podría decir que odio.
A unos libros, los que
más rechazo le producían, los mutiló, arrancándoles la mayoría de sus páginas.
Otros, quizá lo más extensos, se fueron directamente a la hoguera, para que el
fuego redujera a cenizas tanto volumen vasto y soporífero.
Y también, armado con
un bolígrafo (de esos que duran eternamente, porque no están fabricados en
China), castigó a miles de hojas convertidas en víctimas de su venganza. Papel
deshonrado con sus frases tachadas, ejecutadas como reos literarios con rayas
de tinta roja e intensa. Palabras mutiladas, eliminando letras y acentos.
Textos destrozados, que quedaron tejidos con frases sin sentido, pues el
asesino metido a escritor, dejó la huella de su acción, ejerciendo de
terrorista cultural para escribir sobre el texto impreso sus anotaciones,
dejando en ellas su firma con el sello indeleble de sus faltas ortográficas.
En fin una autentica
masacre que no dejó estantería a salvo de su labor ejecutora.
Curiosamente, los ejemplares que se salvaron en la mayoría de los casos, fueron los que el autor del librocidio, nunca leyó, es decir libros excesivamente cargantes escritos por autores, no menos pretenciosos, precisamente los que más odiaba.
"El solitario inqulino del búnker" (¡Proximamente!).