La reinvención de lo cierto (Capítulo 19).
Pequeño
relato criminal de un amor imposible.
Primera
parte: El problema.
ELLA.
Era toda una belleza. Se casó siendo muy
joven, pero solo lo hizo por dinero. Con un millonario que por edad podría
haber sido su padre, pues ella tan solo tenía veinticinco años y el cincuenta.
ÉL.
Tenía la misma edad que ella. Se conocían
desde niños. Paseaban de la mano cuando eran adolescentes y se besaban a
escondidas.
Ella fue su primera novia y su primer (y
único amor), pero era demasiado pobre para aspirar a conquistar el corazón de
alguien tan materialista.
ELLA.
Vivió a lo grande, mientras los años iban
pasando, entre fiestas, amantes, drogas, viajes, joyas, pieles y todo tipo de
lujos. En fin, la vida desahogada y caprichosa de los que tienen mucho dinero y
de lo único que han de preocuparse, es de encontrar la forma de gastarlo lo más
rápido que se pueda y en el menor tiempo posible.
ÉL.
El tiempo pasaba pero él, seguía amándola en
silencio, lo malo es que continuaba siendo tan pobre como siempre, y sin billetes no hay amor, excepto cuando
tienes mucho dinero y puedes comprarlo, y que nadie se extrañe, hay amores que
se venden y clientes que están dispuestos a pagar lo que sea por ello, no hace
falta dar nombres, todos sabemos quiénes son…
ELLA.
Cumplió los cincuenta (¡el tiempo pasa
volando!) pero seguía siendo una mujer hermosa, y tan egoísta (una entusiasta
adoradora del “Dios Oro”) como siempre.
Su amor por la riqueza, permanecía intacto,
pero el que sobraba en su vida, era el marido. Aquel decrépito anciano, había
envejecido fatal (tanto dinero, muchas veces hace daño a la salud), parecía
tener noventa años, aunque solo tenía setenta y cinco.
ÉL.
Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, y a pesar de que sabía de sobra, que había cambiado su amor (el que él, le daba ella sin pedirle nada a cambio, es decir de forma incondicional, ¡qué romántico!), por dinero, pensaba que aún podían llegar a estar juntos (¡pobre iluso!)
Segunda
parte: La solución.
¡Siempre hay un tonto a mano para
solucionar un problema!
ELLA.
Necesitaba deshacerse de aquel vejestorio
convertido en una reliquia humana, en un trasto inútil, eso es lo que era para
ella su marido (a pesar de todo el dinero que el hombre puso a su disposición,
los caprichos que le permitió y los regalos que le hizo, sin duda alguna, una
forma muy especial de demostrarle su agradecimiento), que a pesar de su
evidente y rápida decadencia (si hubiese sido un edificio antiguo, lo habrían
declarado en ruinas), todavía tenía ganas y fuerzas (las justitas), para practicar el coito, a lo que ella se negaba desde
hacía ya mucho tiempo, porque el viejo (que amenazaba con dejarla en la puta miseria, a pesar de que en el testamento,
el anciano le cedía a ella toda su fortuna, pero nada tendría de extraño, que
de no atender a sus insistentes demandas de fornicación, desheredaría de
inmediato a su esposa, si ella no accedía a cumplir con sus deberes conyugales,
así que tendría que atenerse a las consecuencias, ya que la esposa de sobra
sabía que las amenazas eran ciertas, pues conocía muy bien a su marido, para
saber que no bromeaba), le daba un profundo asco, tanto, que tenía claro que no
iba a follar con él, ni aunque fuera con un coño prestado.
¡Que se vaya de putas, el viejo baboso!,
pensaba ella, pero sin atreverse a decirle nada al anciano, aunque tenía claro
que el problema había que solucionarlo y de inmediato, y como era además de
codiciosa, fría y calculadora (lo que viene siendo una hija de la gran puta) recurrió a su amor de juventud, que era todo
lo contrario, es decir, generoso y buena persona, además de un ingenuo como la copa de un pino.
No le costó mucho convencerlo, y para
eliminar las dudas del pobre pardillo,
lo metió en su cama, y la indecisión del eterno enamorado, desapareció como por
arte de magia (ya se sabe de siempre, ¡qué dos tetas, tiran más que dos
carretas!, y ella tenía un enorme par de glándulas mamarias, que eran capaz de
disipar cualquier tipo de vacilación).
ÉL.
Una noche, el ingenuo entró en la lujosa
mansión en la que habitaba el matrimonio. Ella le había facilitado las llaves,
y como lo tenía todo muy bien calculado, salió a cenar con unas amigas, y
también les dio el día libre a todo los componentes del numeroso personal de
servicio (como eran multimillonarios, tenían chófer, jardinero, mayordomo,
cocinero, doncellas..., si no fuera porque la mansión era enorme, aquella
residencia se habría parecido en cuanto a cantidad de gente, al camarote
de los Hermanos Marx), que trabajaba en la casa (nadie se extrañó por ello,
o por lo menos, nadie hizo preguntas, y menos, cuando además del regalo
inesperado de un merecido descanso, te meten dinero calentito en el bolsillo para que disfrutes de un día de asueto,
¡qué generosa es la señora!, decían todos los empleados con una amplia sonrisa
dibujada en su cara).
El plan era simular un robo, y el objetivo matar al
viejo (ella no quería mancharse las manos y encontró al tonto adecuado), y él,
siguiendo las indicaciones de ella, entró en la habitación donde el viejo
dormía y lo asfixió poniéndole encima de la cara un cojín, algo que dada la
poca energía (la que le quedaba la reservaba para intentar penetrar a su mujer,
otro ¡pobre iluso!) del anciano para defenderse, le resultó muy fácil, en fin,
un trabajo limpio, rápido y silencioso. En cualquier otra actividad fuera del gremio
del crimen y sin dudarlo, al asesino, le habrían entregado como mínimo, un
diploma de reconocimiento por su eficaz trabajo.
Lo previsto por ella era declarar que el
viejo había fallecido de muerte natural. Nada extraño, dado el estado lastimoso
del finado. ¿A quién la iba a sorprender que Don Nicolás (así se llamaba el
anciano), estirase la pata?, es más, muchos se preguntaban cómo era
posible que hubiera durado tanto, después de la vida de desenfreno (el hombre
era tan sumamente rico, que tenía el dinero por castigo, y ya
se sabe que cuando el billete crece, el vicio aparece), que el
acaudalado Nico (para los amigos), había llevado.
No había pues, motivos de preocupación.
Nadie sospecharía nada y el viejo se iría al otro mundo de una puñetera vez, y
sin armar ruido.
Pero no siempre los planes salen como uno se los imagina, y si no que se le pregunten a Hitler, que quería hacerse dueño del mundo y acabó pegándose un tiro en la cabeza en su búnker, o muchos presidentes de los EE.UU que quisieron matar a Fidel Castro (con todo tipo de atentados, algunos de risa, que acabaron en nada), y sin embargo todos murieron antes que él, y en fin tantos y tantos planes que no salieron como estaba previsto, sin ir más lejos, el de muchos ricos (empresarios, banqueros, constructores y otra fauna variopinta de características afines), que se quisieron hacer todavía más ricos, y acabaron arruinados, o en la cárcel, o incluso trágicamente como el Fhürer, pero bueno esa es otra historia que nada tiene que ver con la nuestra.
Tercera parte: El
desenlace.
ELLA.
Le faltó tiempo para llamar a la policía y
contarles que habían asesinado a su marido, y que sabía quién lo había hecho.
¡Menuda zorra!
ÉL.
Cuando alguien llamó a su puerta, jamás se
imaginó quién había al otro lado. Pensó que era ella, que por fin libre de su
atadura conyugal, corría veloz a reunirse con él y aterrizando en sus brazos.
¡Hay que ser tonto del culo!
¡Vaya sorpresa que se llevó el muy
gilipollas!, cuando un individuo (de paisano y acompañado con dos agentes de
uniforme, formando una pareja que parecían “El Gordo y El Flaco”) alto, fuerte
y con cara de tener pocos amigos, le puso delante de los morros su placa de
identificación, y con voz alta y ronca le dijo:
¡Policía, está usted detenido acusado de
asesinato!
Y añadió para potenciar más todavía la cara
de susto que se le había quedado al detenido:
¡Se te ha caído el pelo amigo!
Y a continuación, mientras lo esposaba, le
soltó el consabido rollo que ya nos sabemos de memoria por las películas, y que
dice más o menos:
¡Tiene
derecho a guardar silencio, a un abogado, y si no puede pagarlo se le
facilitará uno de oficio, y a realizar una llamada de teléfono a su familia o a
la persona que usted elija y bla, bla, bla…!
En ese momento el tontín (porque la verdad es que no tiene otro nombre) se dio cuenta
de que ella lo había engañado, pero no dijo nada. Se quedó completamente mudo.
El dolor por la traición y el desengaño, eran muy superiores al de la acusación
y el arresto.
Tan solo una palabra se repetía encerrada en
su pensamiento, retumbando sin cesar y golpeando su cerebro como si fuese una
pequeña bola de acero.
¡Idiota,
idiota, idiota, soy un completo idiota…!
¡A buenas
horas te das cuenta colega!
(Esto
último, al parecer, se lo dijo una voz interior, no sabemos si era su otro yo o su conciencia, suponiendo claro
está, que uno y otra, no sean la misma cosa, aunque eso probablemente dependa
de cada individuo, incluso puede darse el caso, de que algunos tengan en vez de
lo anterior, una insoportable jaula de grillos, sin parar de hacer cric, cric, cric…, algo sin duda,
verdaderamente insoportable).
Moraleja:
“Si eres tan pobre, que en los bolsillos únicamente
tienes telarañas, y la mujer de la que te has enamorado, tiene adoración por el
dinero, tienes que ser realista, esa mujer no es para ti, ni ahora ni nunca,
salvo que te toque la lotería, que es la única forma de hacerse millonario
(dentro de la ley, quiero decir), y si tienes esa suerte, procura alejarte lo
más rápido que puedas de ella, porque hará todo lo posible por desplumarte.
Luego no digas, que no estás avisado”
¿Y qué fue de ella?
Pues como no
podía ser de otra forma, ya que hay cosas que se llevan en la sangre, volvió a
pescar en un río revuelto de millones, y se casó con otro anciano millonario,
pero esta vez el “tiro le salió por la culata”, ya que el viejo, que estaba en
mucho mejor forma que el anterior, se enteró que le estaba poniendo los
cuernos, y una noche mientras ella dormía, la asfixió, quizá con un cojín
parecido al que utilizó el pardillo (¡quién a hierro mata, a hierro muere!), y
como el anciano, de tonto no tenía ni un pelo, se las arregló (con dinero todo
se puede), para que el médico (casualmente, íntimo amigo suyo), certificara que
ella, había muerto de un ataque al corazón.
¡A la pobre, le falló el corazón, qué lástima, era todavía demasiado joven para morir, pero estaba muy delicada de salud!, era lo que respondía el desconsolado marido a todo aquel que se le acercaba a darle en el pésame, el triste día del entierro de su difunta y muy querida esposa…