La vida es un trayecto breve (Capítulo 18).
Sábado
Formaban un cuarteto de ladrones de lo más patético. Una pandilla de incompetentes, que sería incapaz de robarle el bolso a una inofensiva viejecita, o de quitarle un caramelo a un niño, y no, porque la anciana o el pequeño, les diesen lástima, ni mucho menos, más bien por su nula capacidad para hacer algo con un mínimo de coherencia y eficacia.
Habían planificado concienzudamente el golpe, por llamarlo de alguna manera. Les llevó más de dos meses, y el resultado de sus interminables reuniones, quedó plasmado en un simple folio, lleno de flechas, dibujos, anotaciones y borrones, al final, todo indescifrable, incluso para ellos, que eran los autores.
Los cuatro de la banda, eran:
Gran Polla, el jefe. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Sus escasos ocho centímetros de miembro viril, lo tenían completamente acomplejado, y esperaba suplir con su apodo, lo que le faltaba de apéndice sexual.
Gordo Intenso, el segundo al mando. Enorme cuerpo, barriga inabarcable, un gordinflón en toda regla, pero eso, teniendo en cuenta su aspecto, mezcla de luchador de Sumo y perro San Bernardo, además de su 1,90 de estatura, nadie se atrevía a decírselo a la cara. Lo sustituían por lo de intenso, y como él, de luces, andaba más bien escaso, interpretaba lo de la intensidad como un halago.
Después estaba El Mil Rayas, cocainómano con avaricia, que vivía colocado de forma permanente, pues cuando no tenía polvo blanco a mano para esnifar, era capaz de meterse una raya de cualquier cosa, harina, cal o polvos de talco. Y por último, Popy, el más tonto de todos, lo que venía siendo, un individuo con encefalograma plano, teniendo en cuenta, el prácticamente nulo, nivel intelectual del grupo.
El plan era muy sencillo, robar a un prestamista, que más bien se podría definir como un usurero hijo de puta (nada extraño de encontrar en estos tiempos) del que tenían información (de la buena, en teoría), que guardaba en su casa, enormes cantidades de dinero, joyas y otros muchos objetos de gran valor, obtenidos a base de aprovecharse a lo largo de los años, de las urgentes necesidades económicas y otras desgracias añadidas del prójimo (¡qué casualidad, como los bancos!, quizás de ahí viene la confusión existente entre banquero y usurero).
El individuo vivía en un octavo piso, por lo tanto no había más remedio que coger el ascensor (aunque en el portal había un rotulo con letras bien grandes, que avisaba de su deficiente funcionamiento), ya que de no ser así, subir a pata, equivaldría a infarto seguro para el Gordo, antes de llegar ni tan siquiera al segundo piso.
Llegó el día señalado, accedieron al edificio, entraron a duras penas en el destartalado elevador, apenas había sitio para los cuatro, aunque mejor sería decir cinco, pues el intenso valía por dos (otra vez el Gordo, tocando los cojones). El aparato arrancó como pudo entre quejidos, ruidos y chirridos. Y lentamente empezó a subir rumbo a la Cueva del Tesoro. El golpe había comenzado, ya nada podía detener a la banda de Gran Polla, que se relamía de gusto, pensando, lo primero, que en breves momentos iba a ser rico y en segundo lugar, que su privilegiado cerebro y sus grandes dotes de líder, lo iban a encumbrar al Olimpo de los Chorizos, es decir, lo que viene siendo hacer las cuentas de la lechera o vender la piel del oso antes de cazarlo, que es lo mismo. Por desgracia para aquellos cuatro pringaos, el sueño del jefe, fue efímero. El ascensor reventó (lo normal, teniendo en cuenta que fue construido en la época de la Segunda Guerra Mundial). Se quedó atascado justo en frente de la pared que separaba el cuarto piso, del quinto. No hubo manera de que volviese a funcionar, la muerte de aquel prehistórico engendro mecánico fue fulminante. A pesar de las maniobras de reanimación, que a base de gritos, en versión cagamentos, patadas y puñetazos, le propinó el Gordo (no podía ser otro).
Hasta que llegaron los bomberos, y rescataron a los pobres diablos, pasó casi un día entero, pues era verano y domingo (el mejor día para encontrar un edificio vacío en una ciudad con playa). Total, que entre el agobio del encierro en un habitáculo tan enano, la falta de aire, el calor y el mal olor reinante (ninguno de los cuatro rateros, destacaba por su higiene personal). La banda (o lo que quedaba de ella), salió del ascensor con sus cuatro componentes, hechos un asco (más todavía). Además de los bomberos, también esperaba la policía, avisada por la llamada de una anciana (que debía de ser la única, que ese día sofocante, estaba en el edificio), asustada por los golpes y gritos del Gordo (¡siempre el Gordo!). Los agentes, en cuanto vieron el careto de los cuatro de marras, procedieron a su inmediata detención, puesto que estaban más fichados, que los mejores Cracks futbolísticos del momento.
Se solicitó también la presencia de los Servicios Sanitarios, dado el patético estado de salud de los encerrados.
Lo que iba a ser el Gran Golpe del año, se convirtió en un auténtico Circo (solo faltaron las fieras y los trapecistas, ya que la parte cómica correspondía en exclusiva a los rateros), formando un gran espectáculo entre Bomberos, Policía, Sanitarios, Chorizos y la anciana señora, que con tanto barullo, no se enteraba la pobre de nada. Al final el parte médico fue el siguiente:
Individuo-1: El que llevaba una cadena con un colgante en forma de falo enorme (como siempre, la obsesión del jefe, por tener una verga enorme, aunque fuese colgando del cuello).
Diagnóstico: Ataque de Ansiedad.
Individuo-2: Hombre extremadamente obeso y de medidas corporales absolutamente desproporcionadas.
Diagnóstico: Fuerte contusión en la frente, fisura de muñeca, esguince de tobillo e insuficiencia respiratoria.
Individuo-3: Sujeto completamente colocado y en estado inconsciente.
Diagnóstico: De momento en observación, para evaluar con calma posibles daños cerebrales permanentes.
Individuo-4: El que tiene cara de imbécil y repite una u otra vez mirando para arriba, ¡Animo ascensor que ya falta poco!
Diagnóstico: Tonto del culo. Irrecuperable.
¡Lástima de plan, con lo bien diseñado que estaba!
¡Maldito ascensor! (Se le oyó decir al hombre del micropene cuando
esposado, lo introducían dentro del furgón policial).
Nota.- Posteriormente
se descubrió, que el prestamista, no tenía en su piso nada de valor, ya que una
semana antes, una banda (de las de verdad), compuesta por auténticos
profesionales en el arte del robo exprés,
y dejando el lugar del atraco, exento de huellas delatoras, habían desvalijado
por completo al usurero mal nacido, ante
el regocijo generalizado de los habitantes del barrio, la mayoría víctimas del
avaricioso, a la vez que odiado individuo. De ahí, que la información manejada
por Gran Polla y su irrisorio equipo
de inútiles, no solo, no era buena, más bien, podría calificarse como de
pésima.