"Historias en Terrícolandia: El terrícola insatisfecho" (II).
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Imágenes: Pixabay.
© Textos: Fran laviada 2022 (Todos los derechos reservados)
Capítulo 1
Al igual que por desgracia, un ciego no puede ver los colores, por mucho que alguien le hable detenidamente de ellos, hay también demasiados retrógrados, que no pueden apreciar como el mundo avanza, a pesar de la clara evidencia de ello. Algunos se han quedado tan exageradamente anclados en el pasado, tan sujetos a su particular “Edad de Piedra”, que son incapaces de dejar atrás determinadas tradiciones (¡eso es así, de toda la vida!), además de comporta mientos impresentables y una serie de actitudes más propias de una existencia que se ha perdido afortunadamente, en el más profundo y oscuro de los olvidos.
Ejemplos hay muchos, pero como para muestra vale un botón, si la humanidad no fuera avanzando, todavía hoy, seguiríamos en este país, tirando cabras desde lo alto del campanario de algún pueblo semisalvaje, para seguir conservando tradiciones a las que se les podría decir de todo, menos bonitas y civilizadas.
Estos individuos, que obviamente no han evolucionado, al menos en consonancia con los tiempos que estamos viviendo, tienen una mentalidad aparcada en hechos del pasado, a los que están irremisiblemente encadenados, como los antiguos condenados lo estaban a una pesada bola de hierro fundido, que arrastraban atada a uno de sus tobillos y así seguirán porque piensan que también su padre, su abuelo, su bisabuelo y de ahí hacia atrás, también lo hacían, y luego así nos luce el pelo. Pues eso, que Pedro Picapiedra y los suyos, ya no tiene sitio en el Siglo XXI, y tan solo se han quedado para ser los protagonistas de inocuas películas de dibujos animados.
Capítulo 2
Con un poco de inteligencia, solo un poco (incluso, a veces vale hasta con encefalograma plano), un mucho de cara (dura) y un nulo sentido del ridículo, se puede aspirar a todo en este bendito país. Hoy en día es fácil ver en cualquier cadena televisiva, programas infumables que elevan a los altares de la fama a auténticos ídolos de barro que a la velocidad de un cohete supersónico son encaramados en el olimpo de la gloria mediática, y que tristemente para ellos, con la misma velocidad se caerán del falso pedestal derrumbándose cual castillo de naipes. Y no sin razón, ya que estos famosos de castañuela y pandereta, no tienen mérito alguno para gozar del fervor popular, porque la mayoría de ellos no han hecho absolutamente nada para merecer reconocimiento de ningún tipo, salvo caer en gracia, porque ni graciosos son la mayoría de ellos, así es que, tan solo les queda contar sus miserias. Está claro, que en la sociedad del no esfuerzo, lo que se valora más, es la vulgaridad.
Capítulo 3
Hay personas que siempre están muy pendientes en la mesa, de ver quien mancha el mantel cuando derraman la sopa, y sin embargo, nunca se preocupan cuando un pelo de su cabeza se cae en el plato. La caradura de algunos, llega incluso a culpar a la cocinera o al camarero de turno, de haber depositado en el sabroso caldo, el inoportuno cabello nadador.
¡Pero tío, cómo tienes “tanta jeta”, si la cocinera lleva un gorro de plástico, y el pobre camarero es calvo! Hay quienes ven de lejos el grano en la cara del prójimo y nunca ven de cerca la espinilla (grande y asquerosa) que tienen en su propia cara.
Capítulo 4
Son muchos los que tratan disfrazar la historia con la túnica del engaño, y pretenden convertirla en algo parecido a un carnaval en el que la verdad acaba travestida, aunque siempre, la autenticidad de la Historia, termina despojándose de las ropas falsas con las que han pretendido vestirla.
Al final aparece tal y como es, se queda desnuda ante nuestros ojos, y como vulgarmente se diría, en cueros, es decir, en pelota picada. Ahí es cuando de verdad podemos ver sus vergüenzas, que en forma de engaños y mentiras, nos han querido vender los tramposos contadores de cosas, esos “charlatanes de feria”, que continuamente nos aburren con su discurso de la Edad de Piedra, tratando de convencernos de que antes vivíamos mejor, y que no dudan ni un instante, en transformar la realidad de los hechos, aunque estos hayan sido sobradamente probados; todo vale para enmascarar sus propósitos, mientras tratan de taparnos los ojos y crearnos un muy elaborado estado de confusión, que nos impida conocer con certeza, hechos vergonzosos que continuamente tratan de ocultar, los que por estas acciones, tienen tanta culpa como los verdaderos protagonistas que en otro tiempo cometieron todo tipo de crímenes y abusos contra la humanidad.
“Quienes disfrazan la Historia, probablemente es porque no tienen su conciencia muy tranquila, o también es posible que se avergüencen de lo que hicieron algunos de sus antepasados”.