De tres en tres (10).
1.- Hay personas que piensan que son felices, pero en realidad no lo son,
prefieren engañarse a sí mismas, y fingir ante los demás que disfrutan de la
vida con satisfacción plena.
Otros, sin embargo, quieren ser felices pero
no saben cómo conseguirlo, pero, es que tampoco se han molestado en aprender a
hacerlo, o al menos a intentarlo de alguna forma más o menos eficaz.
También, hay otro grupo que no encuentra
nunca la felicidad, por la sencilla razón de que siempre eligen el camino
equivocado, el que les lleva al extremo contrario de lo que pretenden, es
decir, la infelicidad.
Hay por último, otro colectivo más reducido, que afirma con absoluto convencimiento, que son totalmente felices. ¡Enhorabuena!
2.- Hay que tener mucho cuidado, con ese individuo
que se disfraza continuamente de Ciudadano
Ejemplar, que suele dar consejos (sin que se los pidan) haciendo continua
exaltación del valor de la moralidad y las buenas costumbres, y que incluso, te
mira mal si tiras un papel al suelo, pero que sin embargo, tiene las baldosas
de su casa con una gruesa capa de polvo, además de pasar de forma sospechosa,
más tiempo de la cuenta, en casa de su vecina, que además está casada, pero que
pasa muchas horas en soledad porque su marido tiene un trabajo que le hace
viajar con frecuencia, ¡vaya por Dios!
Eso de haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago, pertenece a otras épocas, que afortunadamente ya se quedaron muy atrás, aunque siempre queda por ahí algún dinosaurio moralizador, que se resiste a irse de una puñetera vez, ¡qué cansino!
3.- He
llegado a la conclusión después de haber apagado demasiadas velas de cumpleaños
(aunque bastantes las haya soplado de forma simbólica, y muchas más de las que
me gustaría), que no soy un diablo, pero al mismo tiempo, he de admitir, que
tampoco soy un santo. Y digo que no soy un diablo, porque nunca le he robado el
alma al prójimo para luego venderla en el infierno al mejor postor.
Y también
digo, que estoy lejos, muy lejos de la santidad, porque entre otras cosas, para
ser santo hay que disponer de cantidad elevada de compasión, de la que yo
evidentemente carezco, aunque la parte positiva, es que tampoco me la aplico a
mí mismo, ya que nunca me gustó compadecerme.