La vida es un trayecto breve (Capítulo 16).
Jueves
Zacarías Hidalgo, tenía una fortuna inmensa (aunque de procedencia muy dudosa), además de ser un católico practicante, de misa diaria, y fervoroso devoto de una lista interminable de vírgenes y santos a los que rezaba sin cesar. Cumplía escrupulosamente con los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia (excepto, los que se pasaba por el forro de sus debilidades y caprichos). Era tan rico como tacaño, y lo de ayudar al prójimo, se la sudaba. Nunca lo vi dar una miserable limosna, a los muchos mendigos que se agolpaban en las puertas de la iglesia, a la salida de misa. Yo, que conocía muy bien al individuo en cuestión, pues era el monaguillo de la parroquia, a la que el muy religioso señor Hidalgo asistía, me preguntaba asombrado, como era posible que pudieran existir ese tipo de personas, que viven una vida tan hipócrita. Nunca me atreví a preguntárselo (yo de aquella era prácticamente un crío, y él rondaba casi los setenta, además tenía una cara de mala leche permanente, que intimidaba al más dispuesto), pero me habría gustado que Don Zacarías (siempre había que llamarlo así, ¡faltaría más!) que era tan amante de la lectura de los Evangelios, diera su propia versión, para saber cómo interpretaba aquello que decía:
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Y entre los posibles supuestos que yo manejaba en mi ingenuidad de adolescente, era el de pensar, que el camello al que se refería San Mateo era de miniatura, y la aguja de tamaño gigante. Quizás también, se puede dar la posibilidad de que muchos ricos, que son igualitos al personaje de esta historia, piensen que con ir a misa, rezar el rosario y pegarse cuatro golpes en el pecho (¡yo pecador!), es más que suficiente para que el agujero por el que han de atravesar, se agrande a capricho, como si estuviera hecho de un material tan sumamente elástico, que se va a abrir lo suficiente, para que puedan pasar por él, sin problemas, todos los Zacarías del Mundo, sin que su oronda barriga y su enorme culo, de ricachones insaciables se lo impida.
¡Zaca, que no cuela! Le dijo San Pedro, a la entrada de la tan deseada Residencia Celestial Eterna.