Retales de Concupiscencia (IV).
¡Vaya pedazo de mujer!, pensé nada más verla, pero lo que me dejó absolutamente helado, fue lo que me dijo: ¡Quieres echarme un polvo, nene!, y sin que me diera tiempo a abrir mi casi paralizada boca, dobló las piernas poniéndose en cuclillas, para que yo viera como su cueva rosada (evidentemente, desprovista de bragas), se abría ante mí, mostrándose familiar, cariñosa, y húmeda, muy húmeda. Lo que vino a continuación no puedo contarlo, y no por tratarse de algo impúdico (que lo fue) ni mucho menos, simplemente porque esto es una historia tan pequeña, que el texto no da para más, aunque la imaginación del lector puede entrar de lleno en materia para poner lo que falta. Y a modo de orientación, por si sirve de algo, decir, que ella, era muy, pero que muy guarra.