El libro de los días inventados (VIII).
Día 50.
Dormir a pierna suelta.
Tenía un sueño tan largo y profundo, que sus
días eran de 48 horas.
Día 51.
Distraído.
Ezequiel, era muy
despistado, y solo en el momento en el que murió, se dio
cuenta que lo habían matado.
Día 52.
Lucía (ya no la quería).
No sabía
cómo decirle a Lucía, que nuestra relación había terminado. No podía seguir con
aquella farsa. Me dolía herir sus sentimientos, pero tenía que decirle que la
dejaba. Mi único objetivo era acabar con aquella pesadilla. Por eso, vi el
cielo abierto, cuando me dijo que había conocido a otro, primero disimulé
aparentando tristeza, pero cuando se alejó, comencé a dar saltos de alegría,
tan altos, que me disloqué un tobillo, aunque la satisfacción suplió con creces
el dolor producido por el percance.
Día 53.
Buena vecindad.
Hoy estoy vivo, y mañana si no muero, seguiré
igual. ¿Qué más puedo pedir? Eso fue lo
que dijo Romualdo mi vecino, y yo estoy totalmente de acuerdo con él.
Día 54.
Caminante.
No tengo prisa en llegar, tan solo me interesa, el paso siguiente. ¡Y
ahí sigo caminando sin parar!, dijo Mateo, después de llevar más de cien
kilómetros en sus pies, y en el mismo día. ¡Ya son ganas de caminar!
Día 55
Charlatanes.
A
Pablito lo engañaron muchas veces, hasta que aprendió de sus errores, y nunca
más se volvió a fiar, de aquellos charlatanes que le querían vender una parcela
en el paraíso, sobre todo, después de ver a tanto vendedor de humo disfrazado
con la careta de la honradez, y ahora como nunca
es tarde si la dicha es buena, Pablito dice:
¡Qué se metan su terreno por donde les
quepa, yo ya no lo quiero ni regalado!
Día 56.
La maleta
preparada.
Cuando el equipo visitante consiguió el quinto
gol, el entrenador local, sabía que estaba cesado, aunque el hombre era muy
previsor, y antes del partido, ya dejó preparada la maleta.