"Historias en Terrícolandia: El terrícola insatisfecho" (V).
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Imágenes: Pixabay.
© Textos: Fran laviada 2022 (Todos los derechos reservados)
Capítulo 11
Los hay que nunca dan la cara. Siempre se esconden debajo de las faldas de un cobarde silencio. No hablan, nunca dicen nada, nunca se involucran ni toman partido. Siempre se quedan mudos. Les da igual que haga frío o calor, que se descubra vida en Marte o que un “tarado” pueda llegar a Presidente de los EE.UU. Siempre sin hablar, con los labios sellados por el miedo. Nunca hacen nada por los demás, y a veces en su patética cobardía, no tienen valor, ni para defenderse a ellos mismos.
Los hay que solo hablan cuando les conviene para sus intereses personales.
Buscan la palabra si tienen algo que ganar y siempre que el viento sople a su favor. Hacen como el surfista buscando la ola buena (y eso es estupendo, siempre y cuando que no se intente continuamente, meter la cabeza del prójimo debajo del agua), lo demás no les importa (o les importa un “carajo”, que para el caso es lo mismo). Juegan siempre a caballo ganador, nunca pierden (son como la banca, y cuando se habla de banqueros, es fácil adivinar quién se lleva toda la ganancia). Especulan, intrigan y siempre se comportan con la suficiente sangre fría para esperar el momento oportuno, “su momento”, y no quedar nunca en evidencia.
Los hay que siempre dicen lo que piensan. Cuando hablan miran directo a los ojos a la persona que tienen delante. Nunca agachan la cabeza ni se esconden. Se rebelan contra las ataduras con las que otros tratan de inmovilizarlos, no admiten imposiciones de nadie, ni se someten a una obligatoria ley del silencio, cuando algunos pretenden hacerles callar. Les importa “tres cojones” no ser políticamente correctos. A veces hablan más de la cuenta y se equivocan, pero siempre son libres para cometer sus propios errores, porque dicen lo que piensan, lo que sienten, o lo que les viene en gana cuando lo creen conveniente, y siempre asumen el riesgo de hacerlo. En el pecado llevan la penitencia, y cuando meten la pata, lo pagan sin quejarse, que sin duda es lo coherente, y más importante que tener la razón.
Capítulo 12
Hay personas que tienen un extraño concepto sobre lo que significa ayudar a los demás y cuando tratan de hacerlo, lo único que consiguen es inmiscuirse en la vida del prójimo, entrando de lleno en sus intimidades, entrometiéndose en cuestiones privadas y en definitiva, no respetando determinados espacios que nunca deben de ser profanados por nadie.
También los hay que van por la vida presumiendo de “buenos samaritanos” tratando a sus semejantes como auténticas víctimas que necesitan ser rescatadas de las garras de la propia existencia, convirtiéndose en eternos “salvadores” de los demás, cuando la realidad, lo que nos dice, es que realmente de quien tienen que salvarse es de ellos mismos.
Cuando alguien se cae al suelo, es muy humano ayudarlo a levantarse, pero dejemos que sea la persona damnificada, la que diga si necesita ayuda, o si puede y quiere levantarse sin necesidad de que nadie intervenga en la operación.
Es de agradecer en todo momento, el apoyo que otras personas te ofrecen, pero siempre hay que preguntar, porque hay que respetar en cualquier circunstancia la libertad del individuo para decidir si quiere ser ayudado o no, y hay que tener el tacto suficiente para darse cuenta de ello, unos lo tienen, y otros tienen una sensibilidad idéntica al mármol.
Según la forma de ser de algunas personas, muchas veces no hay nada peor que ayudar a alguien que no lo pide, puede que no quiera que lo ayuden, que no lo necesite o simplemente que no le gusta deberle favores a nadie, ya que, si bien es cierto que hay muchísimas personas que ayudan a otras, sin esperar nada a cambio, hay quienes también te ofrecen un “auxilio desinteresado” que luego resulta que no lo es, y tarde o temprano aparece el “socorrista” de turno queriendo cobrar el favor prestado.
Capítulo 13
Es evidente que una gran parte de la publicidad (también conocida según el contenido del anuncio, como publimaldad) con la que nos bombardean a todas horas, desde los diversos medios de comunicación, contiene unas dosis elevadas de perversidad, ya que tiene como único objetivo, conseguir a cualquier precio, que el afán consumista del ciudadano se eleve al máximo, hasta alcanzar niveles de auténtica adicción, lo que no deja lugar a dudas, del efecto dañino que tanto anuncio le va a reportar al futuro consumidor.
Las poderosas multinacionales de todos los sectores, se convierten en enormes y potentes cotorras que a toda costa nos quieren colocar su último invento, su producto milagroso o su maquinita de ultramoderna tecnología. Al final, en la mayoría de las ocasiones, el asunto es que, buscan que compremos cosas que no nos hacen falta para nada, pero ya se han encargado ellos con planificada astucia, de crearnos la necesidad, con sus presuntamente ingeniosas campañas y promociones, aunque algunas son verdaderamente patéticas, y el slogan impactante (sus ideólogos, así lo creen) de muchas, es de verdadera vergüenza, por mucho que algunos cerebritos con tres carreras y siete másters se hayan (supuestamente) exprimido los sesos durante muchos meses, para dar con la frase mágica que a su empresa le sirva para embolsarse centenares de millones de euros, dólares o cualquier otro tipo moneda, ya que al final, el único objetivo que cuenta es hacer caja.
Lo realmente grave de todo del asunto es que el ingenuo de turno, se va a gastar un dinero que no tiene (¡usted no se preocupe, pague en cómodos plazos, le ofrecemos financiación a su media!) y el resultado final, es el encadenamiento perpetuo a una deuda interminable que acompañará al pobrecito comprador hasta la tumba.
¡Y quédese tranquilo, si muere usted antes de liquidar el saldo pendiente, ya nos encargaremos de que lo hagan sus hijos!, aunque al paso que vamos, serán los nietos, los que tengan que finiquitar la deuda.
Gracias a la publicidad disfrutamos hoy de muchas cosas por las que no hemos de pagar nada (eso, en teoría), pero también, gracias a la publicidad, tenemos que soportar día tras día mensajes absurdos, ridículos, cansinos y malintencionados que tienen como principal y único objetivo, crearnos necesidades que no tenemos. Estimular con las palabras adecuadas las adicciones a lo que sea, sobre todo de las personas más débiles (emocionalmente hablando), es una actividad que se le da muy bien, a cierto tipo de ejecutivos, considerados “triunfadores” en el porcino (con cierta frecuencia) mundo de los negocios.
Evidentemente no toda la Publicidad es dañina, la hay verdaderamente ingeniosa, divertida, saludable y auténtica, creada por gente inteligente y sobre todo honrada.
Fran Laviada (Trilogía Terrícola)