"Poeta en zapatillas" (Capítulo X).
¿Soy raro?
Me gusta llorar, pero de risa.
No me agrada dar pena.
Tampoco la gente que la da.
Y mucho menos ir de «plañidero victimista».
Me encanta la lluvia.
Y ver las gotas aterrizar contra el cristal de la ventana.
En una sinfonía de pequeñas explosiones acuáticas.
Me gusta escuchar con mucha atención al que sabe.
Y no pierdo ni un segundo con el que hace una continua exhibición de su activa ignorancia.
Detesto a los que entran a empujones.
En especial los que llegaron los últimos.
Muchos, a golpe de codazos quieren quitarle el sitio a los que estaban antes.
Desprecio a los cobardes.
Siempre agachan la cabeza.
Y se esconden a tu espalda.
Ralentizan el mundo y frenan las ideas.
No me fío de los que siempre quieren quedar bien.
Ya que no tienen, como dice el refrán:
¡Ni una mala palabra, ni una buena acción!
Ni tan siquiera son capaces de cortar por la mitad un bollo de pan.
No puedo con los incongruentes.
Esos que tanto predican pero que luego nunca dan ejemplo.
Como algunos obesos que te quieren vender una espectacular dieta de adelgazamiento.
O esos calvos que te intentan colocar a cualquier precio, su maravilloso crecepelo.
¡Señores si lo que ofertan es tan bueno, se lo aplican ustedes ustedes primero!
¡Y qué decir de aquellos que se pasan el tiempo poniendo velas y rezando a mil santos!
Pero miran con desprecio al que les pide limosna a la salida de la iglesia.
¡Haz lo que yo te digo, y no hagas lo que yo hago!
¡Vaya cara más dura, más bien un espanto!
Valoro la lealtad.
Me gustan los valientes.
Los que siempre dan la cara.
Los que se atreven a tomar decisiones.
Los que no se acojonan con facilidad.
Esos que siempre están de pie.
Los que nunca andan de rodillas.
Me gustan los bocadillos de Nocilla.
Debe de ser un anclaje que me devuelve a la niñez.
Me gustan los animales.
Y me asquea que los maltraten.
Y los que le regalan al nene un caniche en Navidad.
Futuro huésped de la perrera municipal.
No me gustan los que se hacen fuertes ante el débil.
Ni los chantajistas disfrazados con piel de cordero solidario.
Me gusta pasar desapercibido.
Pero prefiero hablar y equivocarme, cuando tengo algo que decir.
Siempre es mejor que quedar callado y no expresar lo que uno piensa.
Ya sea por vergüenza o miedo.
O incluso por temor a meterse en un enredo.
Me gustan las mujeres.
Pero las frías no me convienen,
Y sin son superficiales menos todavía.
Tampoco las que no saben nunca lo que quieren.
Y necesitan manual de instrucciones.
Soy complejo, pero no complicado.
Bueno, yo me entiendo.
Aunque, no siempre.
¡Ustedes perdonen!
Por la confusión, en la que les estoy metiendo.
No me gustan para nada las jerarquías.
Ya decía Groucho Marx, que son como las estanterías.
A medida que van siendo más altas, más inútiles se vuelven.
Y yo de altura lo justo.
Mejor, para no llevarse un buen susto.
Qué es lo que ocurre si te caes y estás demasiado arriba.
No me gusta la miseria en la que vive mucha gente.
Pero menos me agradan los miserables de corazón.
Ni los explotadores.
Ni que los niños trabajen.
Ni las Compañías de Seguros.
Ni la mayoría de los políticos.
Y lo mismo puedo decir de muchos periodistas.
Para los que la verdad es tan solo un disfraz de Carnaval.
O de Halloween, a muchos les da igual.
Pero con los que no puedo es con los banqueros.
A los que en su gordo y bien cebado trasero, les daría un fuerte puntapié, para mandarlos a todos a Siberia, e incluso más lejos.
A ver si con el frío se les congelaban los huevos.
Porque al pobre ciudadano ya se los tocan bastante con su comportamiento usurero.
No me gustan los funerales, y mucho menos, los entierros.
Como decía mi abuelo, y con toda la razón del mundo:
¡Al fin y al cabo, no pasa nada si no vas, el muerto tampoco va a ir al tuyo!
No voy de listo por la vida.
Pero que nadie se piense que soy tonto, y mucho menos mártir.
Vivo deportivamente.
Hacer ejercicio es mi religión de cada día.
La otra religión, para quien la quiera.
Y menos aún con tanto degenerado suelto.
Con la que está cayendo, mejor alejarse del clero.
Y yo siempre me alejo de todo lo que no me gusta.
Y lo hago corriendo.
Correr, me hace más libre.
Y no quiero vivir enjaulado.
Y menos todavía en cárceles con barrotes inventados, esos que no se pueden serrar.
Alguien dijo algo parecido a que quería morir
joven teniendo la mayor cantidad posible de años.
Y yo, lo suscribo.
Y en todo caso, si la salud acompaña, la edad es un estado mental
Aunque cuando ya tienes unos cuantos, que te los recuerden suena fatal.
Por eso nunca hay que hacerles caso, a los profetas del ocaso.
Esos que nunca descansan en su intento, con el malsano objetivo de hacerte viejo antes de tiempo.
¿Soy raro?
Puede que sí.
¿Y qué?
Aunque más raro es que a presidente de los Estados Unidos haya llegado un tarado.
Bueno, tan solo es un ejemplo.
Hay en el poder, muchos más descerebrados.
¿Así pues, qué problema hay si yo soy un poco raro?
© Fran Laviada