"Conversaciones con Julius" (Don Francisco / Paquito).
No sé muy bien cuándo comenzoó todo. Quizá el día en que empecé a olvidar cosas, o cuando me descubrí hablando con alguien que ya no estaba. O tal vez sí estaba. Julius. Así le llamo. Aunque en realidad es Groucho Marx, mi ídolo de siempre, que de algún modo —no me pidas explicaciones— ha venido a visitarme en esta etapa final de mi vida. Y se ha quedado. Charlamos a menudo, como viejos amigos que no tienen prisa.
Me llamo Francisco, aunque a veces, cuando mi mente decide jugar, vuelvo a ser Paquito, el niño que fui. En esos momentos me traslado sin querer a calles de otra época, a casas que ya no existen, a voces que el tiempo borró. Mi cabeza va y viene, y yo la sigo lo mejor que puedo. Es un viaje extraño, confuso a veces, pero también hermoso. Porque ahí, entre recuerdos medio borrosos y conversaciones con Julius, vuelvo a sentirme vivo.
Esta historia no trata solo de mí. O quizá sí. Trata de lo que somos cuando empezamos a deshacernos. De lo que queda cuando el presente se deshilacha y la memoria se convierte en un lugar al que vamos a refugiarnos. Julius me escucha. Me responde. Me hace reír. No importa si está o no está. Lo que importa es que, mientras conversamos, todo cobra sentido otra vez.
Conversaciones con Julius es eso: un intento de agarrar lo que se escapa. De entender la vejez sin miedo. De no dejar de hablar, ni de soñar, aunque ya cueste recordar. Si alguien me pregunta de qué va este libro, diría que es la historia de un viejo que se niega a rendirse del todo. Porque mientras haya palabras, todavía queda vida.